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Reflexiones de una mente inquieta

El noveno escalón

Nieves Gamonal Simón (4º A)
30-12-2003

Había quedado allí con Helena a las dos en punto, pero a él le gustaba llegar antes. En el pasado siempre había hecho esperar demasiado a la gente. Aunque lo obviaba despreciando sus propias determinaciones, siempre tomaba la decisión correcta. Prefería aceptar las malas críticas antes que afrontar que su mundo era una farsa. Hasta que, esperando a las dos en punto, fijó su mirada en unas escaleras.

El edificio era totalmente nuevo. En cada ventana, un brillo irreal permitía comprobarlo. Pero le llamaron la atención aquellas grises escaleras, que, a diferencia de las ventanas, no resplandecían en absoluto. Estaban cubiertas de un fino polvo, que en algunos tramos era aún barro procedente de las lluvias de la noche anterior. Estaba totalmente inmerso en aquello cuando alguien, de paso decidido, pisó el primer escalón. Fue entonces cuando recordó todos sus trabajos. Todos los borradores de proyectos que nunca llegaron a ver la luz, porque alguien los había pisado y menospreciado, como a aquellos tramos de escalera. Aquellos que la gente ignoraba. Quizás fueran la ópera prima de alguien. Imaginó cómo fueron construidos, el duro trabajo realizado para conseguir que la escalera se alzara imponente, incluso cubierta de suciedad. El polvo del cuarto escalón se disipó para dejar paso a la claridad de una gran huella.

Al quinto (el primero impregnado de aquel escaso barro) le ocurrió lo propio. Llevado por la confusión y por sus recuerdos, por lo que aquella escalera había despertado dentro de él, corrió hacia el hombre de paso decidido, empujándolo y haciendo que su cabeza chocara contra el canto del noveno escalón. Puede ser que, por primera vez, tomara una mala decisión. Una cosa es segura: Helena tendrá que esperar.

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